30 Lunes, 16 de enero de 2012 Cultura “Lo que hoy se llama ...

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30 LA GACETA Lunes, 16 de enero de 2012 Cultura_ Libros “Lo que hoy se llama estética es una radicalización de la política” Cuando Rimbaud escribió su célebre poema Voyelles (A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu… ) quizá lo que quiso fue sacar a pasear a esa pareja melliza –poesía y pintura– que ahora Enrique Andrés ha recuperado del desván de las cosas viejas en su extraordi- naria antología de poesía del siglo XX sobre pintura. Y es que, desde la absolutización del Arte –mayúsculo y absoluto ya–, las antiguas y humildes artes particulares fue- ron holladas y arrojadas a los márgenes del camino –en una de las más eficaces y delez- nables operaciones políticas de nuestro tiempo–, avenida por la que transita, entre timbales y clarines, el Arte Total que, ergui- do sobre dorada peana y procesionado por el hombre nuevo, ha tornado inverosími- les las condiciones de vecindad de las vie- jas artes, ahora orilladas y sospechosas de resistirse al Gran Advenimiento. Las mellizas Alejandro Sanz Peinado (viene de pág. 29) que decía: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados...” -¿Es especialmente difícil hacer ese “donoso escruti- nio” del antólogo en la poesía contemporánea? -Por lo que respecta a los nombres más actuales, la pintura y las imágenes tuvieron mucha importan- cia para los poetas españo- les de los setenta. Se trataba de poetas muy esteticistas, que muchas veces se fijaron en cuadros concretos de la historia del arte. Y sigue habiendo poetas cuya dedi- cación a la crítica o al comentario sobre pintura es de enorme relevancia, por ejemplo Juan Manuel Bonet, Sánchez Robayna o Luis Pérez Oramas... No creo que sea muy difícil. En realidad, lo único que cabría exigir a las antologías poé- ticas es que no incurrieran en la repetición de otras, que es lo que suelen hacer los profesores cuando se lanzan a la tarea; y pedirles sobre todo que les importe algo ese trabajo, que les con- cierna por algo más que por una exigencia académica o profesional. -Un momento particu- larmente importante en la relación poesía-pintu- ra parece ser el de los años setenta. ¿No hubo también una eclosión en la época de las vanguar- dias? -En los años setenta, lo que hubo fue una radicalización estética y, por tanto, políti- ca del arte. Las formas y “A las antologías hay que pedirles que no se repitan” “Sánchez Mazas se planteó un libro sobre pintura” maneras bajo las que hoy, ya codificadas, se presenta el arte contemporáneo pro- ceden de entonces, y la aso- ciación de vanguardia con transformación social, tam- bién. Por eso, datan de entonces muchas manifes- taciones de lo que se llamó luego “arte expandido”, en las que las viejas disciplinas artesanales perdían sus fronteras específicas; es un momento de mucha poesía visual, más o menos trufa- da de conceptualismo, etc. Y naturalmente, muchas veces las artes plásticas se literaturizaron y la poesía Jesús Maqueda se visualizó. Pero esto sería materia de otras antologías, que por lo demás ya están hechas. Lo que he querido es algo más modesto: reunir un ramo de poemas sobre pintura, aquellos en los que la pintura y lo visual es el tema. -¿Hasta qué punto cree usted que el testimonio de los poetas es útil en un momento en que ape- nas somos capaces de entender, de tolerar incluso, el legado recibi- do de belleza? -Belleza, o la idea de belleza, no es algo, como decían mis viejos profesores, “pacífico en la doctrina”, y en reali- dad, la estética arranca de la cancelación de aquella noción metafísica y su dise- minación o relativización en el gusto y el juicio moder- nos. Pero esto no puede invi- tar, como parece hacerlo tantas veces, a desgarrarse las vestiduras. San Agustín mismo tenía una idea muy concreta sobre la belleza en el sentido clásico (otra cosa es la hermosura o resplan- dor de lo real). Pero no hemos perdido la belleza o la verdad como se pierde un paraguas. Son palabras que el pensamiento conservador gusta de asociar a lo que llama valores, es decir, esas cosas que esa misma men- talidad coloca en el altar de los símbolos amados para que no entorpezcan las prácticas o los intereses rea- les, que son los verdaderos manaderos de la fealdad y la inhumanidad que exhibe nuestro mundo. En pocas palabras: un mundo de competitividad predatoria no puede ser hermoso, por mucho que creamos que la belleza perdida pertenece a nuestro orden simbólico. -Afirma usted que esa hermandad entre poesía y pintura ha sido supera- da. Por otra parte, ¿no ha cambiado esa tradi- ción que daba la prima- cía a la poesía? -Bueno, lo que digo es que el pensamiento hoy domi- nante, cuya idea motriz es la progresividad histórica, la ha de dar por superada. Y así lo hace. Aquellas dos viejas hermanas tenían sus talleres independientes como oficios independien- tes que eran. El arte total de hoy no es un oficio. Y luego tenían una intención común, que era la imita- ción de lo real, de lo creado, y en ese objetivo venían a confluir complementaria- mente. Esto tampoco puede existir hoy, porque el lema del nuevo arte totalizado es precisamente su pretensión creativa y creadora de lo real (la realidad como obra política), que no se reclina ante ninguna otra creación previa. En cuanto a la anti- gua primacía de la poesía, es verdad: poesía, en la idea de Aristóteles, frente a la historia, tenía que ver a fin de cuentas con un relato de sentido universal, general, mientras que la pintura siempre estuvo vinculada a la reproducción de las cosas efímeras de la realidad. Hoy, sin embargo, en el mundo-pantalla en que vivimos, las imágenes han destronado sin duda a la palabra, que era la fuente de una verdad que nuestro mundo seguramente juzga autoritaria, no producida, como la de hoy, por la polí- tica o por la cultura. -Por último, un decurso. En ‘Los montes antiguos, los collados eternos’, ha puesto por escrito histo- rias y memorias que de otra manera hubieran quedado sin decir... -Esa fue desde luego la intención que guió la escri- tura de esa novela. Aquella misma poesía, que en el sentido aristotélico decía- mos que fundó la épica y la tragedia, también deter- minó una idea de la histo- ria como narración del sen- tido, hasta llegar a la nove- la moderna, que por eso resulta tan histórica. En la literatura los héroes y los personajes siempre han hallado el destino (como decía Walter Benjamin), el éxito, es decir, la redención o significado que a cual- quier vida real le niegan el infortunio y la muerte. Yo he querido recoger, ciñén- dome a un trozo de una España ya desaparecida (mi vieja Soria natal, entre ciudad y campo), las histo- rias sin redención literaria de muchas gentes, pero también los sueños de lo contrario, es decir, las esperanzas siempre fraca- sadas que toda aquella gente antigua tuvo de redención, de salvación, de gloria, de destino noveles- co, de que su vida tuviera ese sentido imposible. Más que una novela es una ronda de historias, en el sentido antiguo. Por eso Enrique Andrés ha venido a dar la voz de ese torvo allanamiento y recordar que la pintura fue siempre lite- raria y que aun ahora hay una realidad creada y encarnada a imitar y que la impugnación de lo creado por el nuevo Artista político es cosa todavía a deter- minar. Hacia 1600, Pablo Céspedes –autor del Poema de la pintura y del céle- bre Discurso– se cuestionaba que mala- mente podría el escultor hacer cosa buena si no se ayudaba primero del dibujo y dirá: Busca en el natural, y (si supieres / buscarlo) hallarás quanto buscares: / no te canse mirarlo, y lo que vieres / conser- va en los diseños que sacares… Y también Pacheco en el inflamado poema que dedi- ca a Juan de Jáuregui, que arranca: La muda poesía y elocuente / pintura, a quien tal vez Naturaleza/ cede en la copia, admira la belleza, / por vos, don Juan, florecen altamente… Diálogos que, toma- dos de autores italianos como Pino, Doni, Dolce o Borghini, explicaron estos her- manamientos. Y para testimoniarlo Andrés prepara un manojo de flores cuyo aroma –la poe- sía es pintura que habla– nos acerca en este libro singular: desde clásicos como Martí, Manuel Machado, Alberti o Gerar- do Diego a relevantes especialistas como Cirlot, D’Ors o Juan Manuel Bonet; pin- tores como Díaz-Caneja o Ramón Gaya; periodistas como Valentí Puig, poetas como Juaristi, Siles, Marzal o Luis A. de Cuenca y tantos otros forman este raro y delicado ramillete de poemas pintados, de pintura de cosas contadas y vivas como las que nombra en su poema el maestro Jiménez Lozano.

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30 la GaCETa Lunes, 16 de enero de 2012

Cultura_Libros

“Lo que hoy se llama estética es una radicalización de la política”

Cuando Rimbaud escribió su célebre poema Voyelles (A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu…) quizá lo que quiso fue sacar a pasear a esa pareja melliza –poesía y pintura– que ahora Enrique andrés ha recuperado del desván de las cosas viejas en su extraordi-naria antología de poesía del siglo XX sobre pintura. Y es que, desde la absolutización del arte –mayúsculo y absoluto ya–, las antiguas y humildes artes particulares fue-ron holladas y arrojadas a los márgenes del camino –en una de las más eficaces y delez-nables operaciones políticas de nuestro tiempo–, avenida por la que transita, entre timbales y clarines, el arte Total que, ergui-do sobre dorada peana y procesionado por el hombre nuevo, ha tornado inverosími-les las condiciones de vecindad de las vie-jas artes, ahora orilladas y sospechosas de resistirse al Gran advenimiento.

Las mellizas

alejandro Sanz Peinado

(viene de pág. 29)

que decía: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados...”-¿Es especialmente difícil hacer ese “donoso escruti-nio” del antólogo en la poesía contemporánea? -Por lo que respecta a los nombres más actuales, la pintura y las imágenes tuvieron mucha importan-cia para los poetas españo-les de los setenta. Se trataba de poetas muy esteticistas, que muchas veces se fijaron en cuadros concretos de la historia del arte. Y sigue habiendo poetas cuya dedi-cación a la crítica o al comentario sobre pintura es de enorme relevancia, por ejemplo Juan Manuel Bonet, Sánchez Robayna o luis Pérez Oramas... No creo que sea muy difícil. En realidad, lo único que cabría exigir a las antologías poé-ticas es que no incurrieran en la repetición de otras, que es lo que suelen hacer los profesores cuando se lanzan a la tarea; y pedirles sobre todo que les importe algo ese trabajo, que les con-cierna por algo más que por una exigencia académica o profesional.-Un momento particu-larmente importante en la relación poesía-pintu-ra parece ser el de los años setenta. ¿No hubo también una eclosión en la época de las vanguar-dias? -En los años setenta, lo que hubo fue una radicalización estética y, por tanto, políti-ca del arte. las formas y

“a las antologías hay que pedirles que no se repitan”

“Sánchez Mazas se planteó un libro sobre pintura”

maneras bajo las que hoy, ya codificadas, se presenta el arte contemporáneo pro-ceden de entonces, y la aso-ciación de vanguardia con transformación social, tam-bién. Por eso, datan de entonces muchas manifes-taciones de lo que se llamó luego “arte expandido”, en las que las viejas disciplinas artesanales perdían sus fronteras específicas; es un momento de mucha poesía

visual, más o menos trufa-da de conceptualismo, etc. Y naturalmente, muchas veces las artes plásticas se literaturizaron y la poesía

Jesús Maqueda

se visualizó. Pero esto sería materia de otras antologías, que por lo demás ya están hechas. lo que he querido es algo más modesto: reunir un ramo de poemas sobre pintura, aquellos en los que la pintura y lo visual es el tema.-¿Hasta qué punto cree usted que el testimonio de los poetas es útil en un momento en que ape-nas somos capaces de entender, de tolerar incluso, el legado recibi-do de belleza?-Belleza, o la idea de belleza, no es algo, como decían mis viejos profesores, “pacífico en la doctrina”, y en reali-dad, la estética arranca de la cancelación de aquella noción metafísica y su dise-minación o relativización en el gusto y el juicio moder-nos. Pero esto no puede invi-tar, como parece hacerlo tantas veces, a desgarrarse

las vestiduras. San agustín mismo tenía una idea muy concreta sobre la belleza en el sentido clásico (otra cosa es la hermosura o resplan-dor de lo real). Pero no hemos perdido la belleza o la verdad como se pierde un paraguas. Son palabras que el pensamiento conservador gusta de asociar a lo que llama valores, es decir, esas cosas que esa misma men-talidad coloca en el altar de los símbolos amados para que no entorpezcan las prácticas o los intereses rea-les, que son los verdaderos manaderos de la fealdad y la inhumanidad que exhibe nuestro mundo. En pocas palabras: un mundo de competitividad predatoria no puede ser hermoso, por mucho que creamos que la belleza perdida pertenece a nuestro orden simbólico.-Afirma usted que esa hermandad entre poesía

y pintura ha sido supera-da. Por otra parte, ¿no ha cambiado esa tradi-ción que daba la prima-cía a la poesía?-Bueno, lo que digo es que el pensamiento hoy domi-nante, cuya idea motriz es la progresividad histórica, la ha de dar por superada. Y así lo hace. aquellas dos viejas hermanas tenían sus talleres independientes como oficios independien-tes que eran. El arte total de hoy no es un oficio. Y luego tenían una intención común, que era la imita-ción de lo real, de lo creado, y en ese objetivo venían a confluir complementaria-mente. Esto tampoco puede existir hoy, porque el lema del nuevo arte totalizado es precisamente su pretensión creativa y creadora de lo real (la realidad como obra política), que no se reclina ante ninguna otra creación previa. En cuanto a la anti-gua primacía de la poesía, es verdad: poesía, en la idea de aristóteles, frente a la historia, tenía que ver a fin de cuentas con un relato de sentido universal, general, mientras que la pintura siempre estuvo vinculada a la reproducción de las cosas efímeras de la realidad. Hoy, sin embargo, en el mundo-pantalla en que vivimos, las imágenes han destronado sin duda a la palabra, que era la fuente de una verdad que nuestro mundo seguramente juzga autoritaria, no producida, como la de hoy, por la polí-tica o por la cultura.

-Por último, un decurso. En ‘Los montes antiguos, los collados eternos’, ha puesto por escrito histo-rias y memorias que de otra manera hubieran quedado sin decir...-Esa fue desde luego la intención que guió la escri-tura de esa novela. aquella misma poesía, que en el sentido aristotélico decía-mos que fundó la épica y la tragedia, también deter-minó una idea de la histo-ria como narración del sen-tido, hasta llegar a la nove-la moderna, que por eso resulta tan histórica. En la literatura los héroes y los personajes siempre han hallado el destino (como decía Walter Benjamin), el éxito, es decir, la redención o significado que a cual-quier vida real le niegan el infortunio y la muerte. Yo he querido recoger, ciñén-dome a un trozo de una España ya desaparecida

(mi vieja Soria natal, entre ciudad y campo), las histo-rias sin redención literaria de muchas gentes, pero también los sueños de lo contrario, es decir, las esperanzas siempre fraca-sadas que toda aquella gente antigua tuvo de redención, de salvación, de gloria, de destino noveles-co, de que su vida tuviera ese sentido imposible. Más que una novela es una ronda de historias, en el sentido antiguo.

Por eso Enrique andrés ha venido a dar la voz de ese torvo allanamiento y recordar que la pintura fue siempre lite-raria y que aun ahora hay una realidad creada y encarnada a imitar y que la impugnación de lo creado por el nuevo artista político es cosa todavía a deter-minar. Hacia 1600, Pablo Céspedes –autor del Poema de la pintura y del céle-bre Discurso– se cuestionaba que mala-mente podría el escultor hacer cosa buena si no se ayudaba primero del dibujo y dirá: Busca en el natural, y (si supieres / buscarlo) hallarás quanto buscares: / no te canse mirarlo, y lo que vieres / conser-va en los diseños que sacares… Y también Pacheco en el inflamado poema que dedi-ca a Juan de Jáuregui, que arranca: La muda poesía y elocuente / pintura, a quien tal vez Naturaleza/ cede en la copia,

admira la belleza, / por vos, don Juan, florecen altamente… Diálogos que, toma-dos de autores italianos como Pino, Doni, Dolce o Borghini, explicaron estos her-manamientos. Y para testimoniarlo andrés prepara un manojo de flores cuyo aroma –la poe-sía es pintura que habla– nos acerca en este libro singular: desde clásicos como Martí, Manuel Machado, alberti o Gerar-do Diego a relevantes especialistas como Cirlot, D’Ors o Juan Manuel Bonet; pin-tores como Díaz-Caneja o Ramón Gaya; periodistas como Valentí Puig, poetas como Juaristi, Siles, Marzal o luis a. de Cuenca y tantos otros forman este raro y delicado ramillete de poemas pintados, de pintura de cosas contadas y vivas como las que nombra en su poema el maestro Jiménez lozano.