Péndulo de abril, La Locura

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CRÍTICA / LA LOCURA La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México ABRIL 2010/ Año 2 No. 14 Jorge Alfonso Chávez Gallo stas pocas líneas quieren considerar a la locura como signo de lo más propiamente humano. La ra- E zón de ello no tiene que ver, como podría pen- sarse, con la idea de que en ningún otro animal se ma- nifiesta la locura, esto resulta en cualquier caso irrele- vante para lo que aquí pretende señalarse. Antes bien, ello tiene que ver con el hecho de que la lo- cura puede ser consi- derada como el mayor peligro del hombre, a la vez que se puede asociar con las posibi- lidades más altas de lo humano. ¿Qué es lo que un hecho tal dice acerca del hombre en cuanto tal? En resu- men, habría que decir que, en la medida en que la locura señala los límites más bajos y más altos de lo humano (que a menudo son indiscernibles entre sí), también dibuja su perfil. Aquí sólo puede esperarse obtener un esbozo. La idea de que la locura es el peligro mayor de lo humano se encuentra sintetizada en la célebre sen- tencia (que carece propiamente de autor, pero cuyas fuentes se remontan hasta la antigüedad griega), según la cual: quem deus vult perdere, dementat prius (a quien un dios quiere destruir, primero lo enloquece). En la locura el hombre muestra su perdición, esto es, se pierde a sí mismo en cuanto tal, no porque deje de ser humano, sino justamente porque no puede dejar de ser- lo. El loco no sólo no es ya dueño de sí, sino que se di- suelve (delira, desvaría) en otro o en otros que no lo re- El camino entre los dioses y los hombres conocen, que se extrañan de él (je est un autre, escribe Rimbaud). En el sentido en que aquí se habla de la locura, esto último vale para todas sus formas: desde la simple bo- rrachera, pasando por el baile, el enamoramiento, el entu- siasmo, hasta la esquizofrenia o la paranoia. Por otra parte, que por la locura sea posible alcan- zar las manifestaciones más altas de lo humano puede en- contrarse formulado en el famoso discurso con que Sócra- tes, disuadido de volver a la ciudad por una voz ajena que le habla desde su interior, obsequia a Fedro, en el diálogo pla- tónico reconocido por ese mismo nombre: «Pero los bienes más grandes nos vienen por la locura (manía), que sin duda nos es concedida por un don divino» (244 a). En lo que se re- fiere a este segundo aspecto también se puede hablar de un extravío, aunque por él adquiere el hombre conocimiento, o crea algo. Platón habla aquí de entusiasmo (que literal- mente significa endiosamiento, posesión o inspiración divi- na). Lo que se entiende normalmente por inspiración supo- ne, en efecto, una forma de extrañamiento por la que el artista, por ejemplo, súbitamente se descubre con un bello pensamiento entre sus manos, y no sabe reconocerse co- mo su progenitor (“algo se me ocurre”, suele decirse tam- bién, en ese sentido). En estos casos, la locura es un don de los dioses, y no un arma. En esta faceta de la locura, el hombre se descubre, pasado el trance, enriquecido y más pleno, convidado de cierta divinidad, esto es, de su poder. De esta forma puede plantearse lo que aquí bus- ca ser considerado: la locura como nexo entre lo humano y lo divino. Esa perdición de la que se ha hablado arriba encierra, in nuce, la experiencia de lo divino. En los ojos de los dioses, los hombres contemplan la mirada demen- cial en que reconocen su propia perdición y su encegue- cimiento (Tiresias, recuérdese, era ciego; y Edipo no «ve» hasta arrancarse, enloquecido, los ojos). Y es con los ojos de los dioses que el hombre, lejano, ausente en la locura, se mira a sí mismo sin reconocerse. En su relación con lo divino (en el sentido aquí señalado), el hombre comprende que en la búsqueda de sus mayores lo- gros, de lo que lo inviste ante sí mis- mo de valor, de lo que lo hace, pues, semejante a los dioses, habrá de enfrentar tam- bién, e ineludible- mente, su más ra- dical peligro; que en la búsqueda de su más pleno, más propio ser, ha de perderse, acaso de manera definitiva. Lo humano mismo no consiste sino en esa búsqueda, de manera que el hombre se rehúye a sí mismo cuando intenta eludir los peligros involucrados en ella. Por último, una breve observación: se ha dicho, no sin razón, que los dioses se han marchado, que el hom- bre se ha quedado solo. ¿Acaso esto significa que lo huma- no se ha perdido, por no buscarse ya más; que el hombre se ha entregado a una forma de locura que no proviene de la divinidad, a saber, queriendo asemejarse a las máqui- nas, que son incapaces de reír tanto como de llorar; que el hombre teme ser humano y prefiere confeccionarse un mundo a la medida de su cobardía -y llamar a eso razón, cordura? El camino entre los dioses y los hombres Entre sombrereros y liebres Ignacio Ruelas Olvera Locura y arte en amor sostenido mayor Jorge Alfonso Chávez Gallo Julieta Lomelí Balver Fugaz metaficción de dos años de locura José de Lira Bautista Es más hermosa la locura que procede de la divinidad, que la cordura, que tiene su origen en los hombres. Platón, Fedro, 244 d. Pilar Palacio, Autorretrato

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Péndulo de abril, La Locura

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CRÍTICA / LA LOCURALa Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México ABRIL 2010/ Año 2 No. 14

Jorge Alfonso Chávez Gallo

stas pocas líneas quieren considerar a la locura como signo de lo más propiamente humano. La ra-Ezón de ello no tiene que ver, como podría pen-

sarse, con la idea de que en ningún otro animal se ma-nifiesta la locura, esto resulta en cualquier caso irrele-vante para lo que aquí pretende señalarse. Antes bien, ello tiene que ver con el hecho de que la lo-cura puede ser consi-derada como el mayor peligro del hombre, a la vez que se puede asociar con las posibi-lidades más altas de lo humano. ¿Qué es lo que un hecho tal dice acerca del hombre en cuanto tal? En resu-men, habría que decir que, en la medida en que la locura señala los límites más bajos y más altos de lo humano (que a menudo son indiscernibles entre sí), también dibuja su perfil. Aquí sólo puede esperarse obtener un esbozo.

La idea de que la locura es el peligro mayor de lo humano se encuentra sintetizada en la célebre sen-tencia (que carece propiamente de autor, pero cuyas fuentes se remontan hasta la antigüedad griega), según la cual: quem deus vult perdere, dementat prius (a quien un dios quiere destruir, primero lo enloquece). En la locura el hombre muestra su perdición, esto es, se pierde a sí mismo en cuanto tal, no porque deje de ser humano, sino justamente porque no puede dejar de ser-lo. El loco no sólo no es ya dueño de sí, sino que se di-suelve (delira, desvaría) en otro o en otros que no lo re-

El camino entre los dioses y los hombresconocen, que se extrañan de él (je est un autre, escribe Rimbaud). En el sentido en que aquí se habla de la locura, esto último vale para todas sus formas: desde la simple bo-rrachera, pasando por el baile, el enamoramiento, el entu-siasmo, hasta la esquizofrenia o la paranoia.

Por otra parte, que por la locura sea posible alcan-zar las manifestaciones más altas de lo humano puede en-contrarse formulado en el famoso discurso con que Sócra-tes, disuadido de volver a la ciudad por una voz ajena que le habla desde su interior, obsequia a Fedro, en el diálogo pla-tónico reconocido por ese mismo nombre: «Pero los bienes más grandes nos vienen por la locura (manía), que sin duda nos es concedida por un don divino» (244 a). En lo que se re-fiere a este segundo aspecto también se puede hablar de un extravío, aunque por él adquiere el hombre conocimiento, o crea algo. Platón habla aquí de entusiasmo (que literal-mente significa endiosamiento, posesión o inspiración divi-na). Lo que se entiende normalmente por inspiración supo-ne, en efecto, una forma de extrañamiento por la que el artista, por ejemplo, súbitamente se descubre con un bello

pensamiento entre sus manos, y no sabe reconocerse co-mo su progenitor (“algo se me ocurre”, suele decirse tam-bién, en ese sentido). En estos casos, la locura es un don de los dioses, y no un arma. En esta faceta de la locura, el hombre se descubre, pasado el trance, enriquecido y más pleno, convidado de cierta divinidad, esto es, de su poder.

De esta forma puede plantearse lo que aquí bus-ca ser considerado: la locura como nexo entre lo humano y lo divino. Esa perdición de la que se ha hablado arriba encierra, in nuce, la experiencia de lo divino. En los ojos de los dioses, los hombres contemplan la mirada demen-cial en que reconocen su propia perdición y su encegue-cimiento (Tiresias, recuérdese, era ciego; y Edipo no «ve» hasta arrancarse, enloquecido, los ojos). Y es con los ojos de los dioses que el hombre, lejano, ausente en la locura, se mira a sí mismo sin reconocerse.

En su relación con lo divino (en el sentido aquí señalado), el hombre comprende que en la búsqueda de

sus mayores lo-gros, de lo que lo inviste ante sí mis-mo de valor, de lo que lo hace, pues, semejante a los dioses, habrá de enfrentar tam-bién, e ineludible-mente, su más ra-dical peligro; que en la búsqueda de su más pleno, más propio ser, ha de perderse, acaso de

manera definitiva. Lo humano mismo no consiste sino en esa búsqueda, de manera que el hombre se rehúye a sí mismo cuando intenta eludir los peligros involucrados en ella.

Por último, una breve observación: se ha dicho, no sin razón, que los dioses se han marchado, que el hom-bre se ha quedado solo. ¿Acaso esto significa que lo huma-no se ha perdido, por no buscarse ya más; que el hombre se ha entregado a una forma de locura que no proviene de la divinidad, a saber, queriendo asemejarse a las máqui-nas, que son incapaces de reír tanto como de llorar; que el hombre teme ser humano y prefiere confeccionarse un mundo a la medida de su cobardía -y llamar a eso razón, cordura?

El camino entre losdioses y los hombres

Entre sombrererosy liebres

Ignacio Ruelas Olvera

Locura y arte en amorsostenido mayor

Jorge Alfonso Chávez Gallo Julieta Lomelí Balver

Fugaz metaficción dedos años de locura

José de Lira Bautista

Es más hermosa la locura que procede de la divinidad, que la cordura, que tiene su origen en los hombres.

Platón, Fedro, 244 d.

Pilar Palacio, Autorretrato

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inalmente llegó la tan esperada película Alice de Tim Burton ¿o de Lewis Carroll? No, estoy se-guro que no. Ciertamente, es la de Burton con F

referencia a Carroll. Lo que queda claro es que, nue-vamente, entre los libros y el cine, se abre un abismo que parece insalvable, lo cual es explicable. Lo que queremos resaltar ahora no son cuestiones de ese ti-po, sino a los personajes de las novelas, especialmen-te el de Alicia, el Sombrerero y la Liebre de Marzo, pues nos dan la pauta para distinguir al menos dos mundos: el mundo normal, el que transcurre de forma previsible, y el mundo anormal o mundo de la locura, en donde ocurren las cosas más increíbles que se pue-dan imaginar.

Alicia proviene del mundo normal, aquél en el que se suceden el día y la noche, en el que hay que cultivar la tierra para poder cosechar, dormir para descansar y comer para vivir; es el mundo trazado por las personas y sus costumbres, gobernado por una ra-cionalidad que se impone a los deseos, las acciones, las ideas, los fenómenos naturales, las relaciones so-ciales, los proyectos, etc. Más allá de este mundo está el país de las maravillas, de lo extravagante. Para adentrarse en él, hay que bajar al submundo, hay que caer por el hoyo casi hasta el infinito siguiendo a un conejo blanco o bien, atreverse a cruzar el espejo y empezar a ver las cosas al revés. Éste es el mundo de la locura, de la sinrazón, donde se puede ser pequeño o grande, llorar hasta navegar en las propias lágrimas, convertir a los niños en sonrosados lechones, jugar croquet con erizos por bolas y pájaros flamencos por mazos con el riesgo de perder la cabeza en cualquier momento. Aquí habitan entre otros extraños persona-jes, el Sombrero y la Liebre de Marzo. Ambos surgen de la vida cotidiana de la época de Carroll, en la Ingla-terra de la segunda mitad del siglo XIX. El primero, lo-co por mor de su profesión, pues al ejercer su oficio usando mercurio como una de sus materias primas, deviene en atrofias neuronales con una consecuente pérdida de la razón; la segunda, que obligada por su

José de Lira Bautista

naturaleza biológica, enloquece en marzo, al inicio de la primavera, época de celo. El encuentro de Alicia con los personajes del país de las maravillas podemos entenderlo como el punto de contacto entre la cordu-ra y la locura y de cómo lo primero trata de imponerse sobre lo segundo, como en los clásicos hollywooden-ses.

Sin embargo, vivir en el sano juicio conlleva siempre el riesgo de caer en la demencia, pues la línea divisoria entre ambos estados, además de borrosa, es muy delgada, de tal forma que podemos pensar que somos equilibrados pero en realidad ser habitantes del mundo de la insensatez. Alicia se tambalea en esa delgada frontera y se sumerge en el mar de las pala-bras y acciones de la chifladura con el riesgo de no sa-ber ya ni quién es ella misma, aunque finalmente vuelve al mundo de la normalidad.

Para nosotros, el riesgo es similar, pero mag-nificado en muchos sentidos. La vida actual ofrece un sinfín de puertas, de hoyos de conejo, de espejos, que llevan al mundo de la locura, temporal o definitiva-mente. Algunas de esas puertas son voluntarias y otras involuntarias. Las hay también válidas y no válidas. Son involuntarias, por ejemplo las enfermedades mentales, sean adquiridas o heredadas. Son volunta-rias y no válidas las drogas y el alcohol en exceso. Son voluntarias y válidas aquellas que conducen, por ejemplo, al frenesí festivo, como atreverse a gritar en las fiestas o hacer el ridículo en situaciones específi-cas. En cualquier caso, la insensatez, para que pueda incorporarse en la vida normal, e incluso para poder disfrutarla, debe asumirse con mesura, es decir, tra-tando, como Alicia, no de perderse en el torbellino de la demencia ni dejándose arrastrar por la hilarante so-ciedad en la que estamos inmersos, sino en aceptar sus desafíos manteniendo siempre a la vista los puntos de referencia de la razón con la intención de regresar por la misma puerta. Se trata, entonces, de asumir de forma voluntaria y válida los retos del desvarío.

Entre sombrereros y liebres

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ablar de la locura es invadir los arpegios del amor; aquí nada tienen que hacer los orientadores, psiquiatras, sacerdotes, Hnadie; se trata de la producción sentimental de los seres hu-

manos. La locura atisba comportamiento y entendimiento de la rea-lidad, nada más adecuado: el ARTE como manifestación profunda de los sentimientos. Así el matrimonio arte-locura justifica la esencia del amor. Los caminos se han equivocado, los llamados locos se han confi-nado siempre al encierro. En “La vida de los hombres infames”, (Michel Foucault, 1996), establece que: “Para justificar el aislamiento de los locos, Esquirol daba cinco razones fundamentales: 1) asegurar su seguridad personal y la de sus fa-miliares; 2) librarlos de las influen-cias exteriores; 3) vencer sus resis-tencias personales; 4) someterlos por la fuerza a un régimen médico; 5) imponerles nuevos hábitos inte-lectuales y morales. Queda claro que todo es un asunto de poder: controlar el poder del loco, neutra-lizar los poderes exteriores que pueden ejercerse sobre él, impo-nerle un poder terapéutico y co-rrector, una ortopedia”. La cita se explica sola, en la locura está el ar-te, por ello mi reflexión por el arte como consecuencia del amor, para encontrar en la locura una clave que descifre misterios.

En el fondo, el artista ex-perimenta miedo cuando su crea-ción corre el riesgo de encubrir una locura que busca engañar al espec-tador. ¿En dónde está la locura que acompaña al arte?, ¿Qué ensaya?, la vida se refleja en la obra abierta, el despertar estético es la fuerza de la sensación, se trata de que la magia del arte vuelva loco al espec-tador de la misma manera como el creador fue seducido por su misma locura en un encuentro de amor. Es simple, para entrar en el arte se debe ser amante del arte, encontrar cualidad de amor. Y para amar el arte es necesaria la locura de la interpretación, pues no se lee como un mapa de navegación, sino como la fuerza nutricia de la expresión-percepción. Como espectadores acudimos a mirar en gozo, si es arte, lo que no podemos hacer los no creadores, en esa visión del mundo compartimos la locura estética. Podemos imaginar al creador en la búsqueda de su identidad ante la confusión que le rodea. Como espec-

tadores somos violentos, nos gusta la biografía más desequilibrada, que el artista, nos conste, esté loco, cuanto más loco, más artista, así nos lo va documentando la historia del arte. Me parece un camino equi-vocado, se trata más bien de un matrimonio, por bienes separados en-tre arte y locura, por ello es que su espacio es el amor. El arte no exige nada a cambio.

Es el artista quien tiene la fuerza y la voluntad de poner su lo-cura a escrutinio público. En esa posibilidad aparece el amor. Un atis-bo de locura que no salva a nadie. Ni al artista, ni al espectador. Se tra-

ta de enamorar la locura del artista con la de espectador. No ser indife-rente al arte. No ser amante de lo lindo. Si los recuerdos se mezclan con la locura en ese instante ya no hay retorno, la magia se perdió. ¿La expresión estética es un poco de lo-cura literal? ¡Por supuesto! Se trata de un procedimiento escenográfico, el artista hace arte material su vida y con ello inmortaliza su obra. ¿Una lo-cura? Lo es, cuando convida al obser-vador, lo es cuando la obra es cerra-da, pero ahí está. La locura del arte se sustenta en el amor y se expresa por vía de la estética; el arte de la lo-cura se hace en el amor a la vida y la vivencia, es la autenticidad de crea-dor.

Me han dicho que se debe hablar de manera fácil, sencilla, ¡es correc-to!, pero imagin-arte juega un papel

estelar en la creatividad, por ello las palabras deben brotar, como los colores en el lienzo, como las formas en las arcillas, como las notas en las armonías, en un manantial sin fin, es la imaginación que forma ideas al quitar frialdad a la letra por medio del calor de las palabras. Quitarles lo incomprensible, es entender que escribir da vida a la escri-tura. Ésa es su locura sin fin, su arte es la misma expresión que alcanza y su partitura es el amor, sin duda. Locura es no comprender que la lo-cura sea no comprender, sino el comprendimiento de que algo no me deja comprender. ¡Bendita locura! Saber que no sé, es la clave, un ma-pa que me llevará de la ignorancia a la duda razonada. Sin locura no hay amor. Sin amor no hay Dios. Sin el amor de Dios falta todo: LA LOCURA. Arte y locura, amor perfecto.

Ignacio Ruelas Olvera

Locura y arte en amor sostenido mayor

Pilar Palacio, No, no estoy sola. Hay alguien aquÌ que tiembla

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l cielo encarnizado, cercano el crepúsculo. A punto de disiparse en el horizonte se encontraba aquel Ehombre que muy pronto dejaría ver su ocaso. Eran

tiempos menguados por la angustia, que hasta la noche estrellada lucía más taciturna de lo acostumbrado. Deba-jo de aquel andén que daba a la escalera retorcida por el paso de las botas pesadas, se encontraba Él en un sillón leyendo prosa melancólica, poesía y retórica; había pasa-do la mayor parte de su vida dedicado a la sensualidad metafísica que sólo otorga el estadio estético. Añejado por el tiempo había encontrado en los libros y la pintura la manera de subsistir en este horrendo mundo infringido por la frivolidad humana, ésta que señalaba la decaden-cia mental del genio. La locura empezaría en 1888, pron-to uno de sus amigos, -de aquellos artistas de la época que acostumbraban pintar con luz de día,- se enfrentaría a la inicial demencia de nuestro maníaco expresionista.

Las hojas caían de los arboles en Arlés. Entraba el otoño a la pequeña provincia francesa casi al mismo tiempo que Paul Gauguin era invitado a la morada del fre-nético Vincent van Gogh. Ambos artistas pintaban juntos por largas horas, a la par de compartir los excesos placen-teros del alcohol y las damas perversas. Se habían conver-tido entonces en visitantes recurrentes de burdeles. Pero sin duda, Vincent era quien la pasaba peor, siendo mone-tariamente dependiente de su compasivo hermano Théo, franqueaba sus días fuera de aquel pequeño cuarto renta-do, prefiriendo las terrazas y la cafeína al alimento; mientras que por las noches tenía episodios de sonambu-

Fugaz metaficción de dos años de locuraJulieta Lomelí Balver

lismo y alucinaciones. El pintor holandés se comportaba cada día de modo más extravagante, varias escenas vio-lentas daban cabida entre él y su amigo Gauguin. Tras una última pelea en alguna terraza de Arlés, Gauguin intenta-ba huir de Van Gogh, mientras que éste amenazándolo con una navaja de afeitar implícitamente rogaba que no lo abandonase. Una de las leyendas más conocidas es aquella del incidente de la oreja. El mito cuenta que tras las amena-zas de Vincent, con la navaja de afeitar, Gauguin decide dejar al desquiciado artista holandés de una vez por to-das, así que toma sus cosas en víspera de la Navidad, para hospedarse en un hotel de Arlés con la pretensión de em-prender a la mañana siguiente su viaje hacia Bretaña. Só-lo bastaría un día de soledad para que Vincent manifes-tara al mundo su locura al proceder a la incisión de su ore-ja para, esa misma noche, ir a ofrecerla a modo de regalo navideño a una prostituta conocida como Gabi, misma que noches antes “amaba” y jugueteaba con su ahora mu-tilado miembro. Después de ofrecer tan original presen-te, el genio holandés volvía a su cama para dormir apaci-blemente. Al otro día Gauguin retornaba a la morada del “loco” artista a despedirse y al verlo en tal grave estado decidiría dejarlo en manos de la policía. Aterrorizado se iría por siempre de Vincent, con quien jamás volvería a cruzar palabra. Después de tan alarmantes hechos, Van Gogh sería internado un par de semanas, pero pronta-mente, a inicios de enero de 1889 sería dado de alta. El pintor regresaba a aquel cuarto de penuria, creando los

EditorEnrique Luján Salazar Comité EditorialJosé de Lira BautistaIgnacio Ruelas OlveraOctavio Arellano Reyna

ColaboracionesLa Jornada Aguascalientes

Abril 2010/ Año 2, No. 14DiseñoClaudia Macías Guerra

José de Lira BautistaIgnacio Ruelas OlveraMaría del Pilar Palacio SánchezJorge Alfonso Chávez Gallo

El sufrimiento por este lado, en el hospital, ha sido atroz y sin embargo aun en los estados de mayor desvanecimiento, puedo

decirte como curiosidad, que he seguido pensando en Degas. Cartas a Théo

dos famosísimos autorretratos donde aparece con la ore-ja vendada.

La locura del genio holandés apenas comenzaba, teniendo recurrentes ataques de delirio, en los cuales, por ejemplo imagina que lo están envenenando. Espanta-do, escribe a su hermano Théo previniéndole de su deca-dente situación mental. El desdichado Vincent pronto es expulsado de su hogar, ya que los pobladores de la peque-ña provincia francesa se encontraban aterrorizados por su estrafalario comportamiento exigiendo se fuera cuanto antes a un sanatorio mental. Vincent es hospitalizado nuevamente no sólo por las exigencias de sus vecinos, sino debido a sus intentos de comerse el aguarrás y los co-lores que usaba para sus obras. Al fin se decidiría por de-jar Arlés para pasar unas semanas junto a su hermano Théo en Paris y posteriormente mudarse a una nueva pen-sión en Auvers-sur-Oise. En su nuevo hogar sería adopta-do por un doctor que afortunadamente era amante del ar-te. De tal modo Paul Gachet, de quien el holandés haría una famosa pintura autobiográfica, cuidaría del artista durante su estancia. Pero los impulsos maníacos atacan reiteradamente a Vincent y éste amenaza con un revolver a aquel doctor que tanto lo había apoyado.

Era julio de 1890, Théo escribe a Vincent advir-tiéndole que se ha casado y ha engendrado un hijo enfer-mo a quien debe cuidar, por lo que le resulta imposible seguir manteniendo sus caprichos artísticos. Sintiéndose una carga para su hermano e incapaz de seguir cuidando de sí mismo, Van Gogh saldría a su acostumbrada camina-ta solitaria que daba por los jardines cercanos, pero a-quélla sería una caminata de la cual regresaría en graví-simo estado. El 27 de julio de 1890, el genio holandés se pega un tiro en el corazón, sin embargo, el tino del pintor no fue suficiente para matarse de manera fulminante, ya que la bala se alojaría en su tórax. Después del intento de suicidio, Vincent todavía logra caminar unos pasos hacia la pensión donde habitaba, y es atendido de modo inme-diato por Gachet quien da aviso al hermano Théo de la irrecuperable salud del artista. Théo conmocionado por el delirio de su querido Vincent corre a visitarlo para ver aquellos ojos claros con vida por última vez. Tras pregun-tar la causa de su acción suicida, el pintor moribundo le contestaría “es asunto mío, es lo mejor para todos”. La noche estrellada ve morir su mejor astro el 29 de julio de 1890.Tom

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l Diario

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Julieta Lomelí Balver